Asociación para el estudio de temas grupales, psicosociales e institucionales

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R. Klein: Desentrañando una paradoja: grupos de autoayuda


Lic. Ricardo Klein

 

Desentrañando una paradoja: grupos de autoayuda


   ¿Grupos de autoayuda? Frase incomprensible desde la lógica lineal. Si es auto, no es en grupo; a la vez, si es en grupo, no es auto. Y sin embargo, autoayuda. Paradoja que trabajando con otros, necesitándolos para realizar una determinada tarea, niega dicha otredad.
   Desentrañando esta paradoja implica tratar de ver, de palpar las entrañas. Lo entrañado, cómo las entrañas se entraman, lo entramado. Tratar de develar algunos puntos ligados a estas formas de grupalidad, que arman, tejen la trama con la cual trabajan.
   En primer lugar replanteo su nomenclatura, pues ya hace un tiempo los denomino grupos de ayuda mutua o bien grupos solidarios. Ya Freud decía que empezamos a ceder en las palabras y terminamos claudicando en los hechos. Y creo que tenía razón. Ceder en la nomenclatura de esta modalidad de trabajo no es anodino. Es más, sostendré que allí donde son así llamados –si queremos escuchar- ya está todo jugado. ¿Por qué? Pues porque allí donde el otro, la alteridad, la posibilidad de aparición de la diferencia tanto en las personas como en la lógica que los rige, a la vez que en la modalidad de trabajo a realizar anula lo diverso, sólo queda por delante –que en realidad remite a un atrás- repetir.
   Lector. Ahora supondrás entonces que estoy denostando esta modalidad. Me colocarás en la dilemática cuestión de si sirven o no, si soy adepto a ellos o estoy en la vereda de enfrente, si estoy a favor o en contra. Y de los dilemas –como de los callejones sin salida- sólo se sale por donde se ha entrado. Me retiro por lo tanto de la pregunta, entrando en la circulación de otras calles que conducen a lugares de movimiento, de intercambio. Devolviendo la gentileza de tu pregunta con otras, como: ¿Para qué sirven? ¿Para quién sirven? ¿Cómo sirven? ¿y para qué, para quién y cómo no sirven?
   Esto nos lleva a preguntarnos que ocurre en ellos, qué tipo de proceso se produce –se realiza al estar en estos grupos- y cuál no. En su origen, estos grupos –elaborados en torno a la lógica de Alcohólicos Anónimos- se constituyeron para dejar algo. Este algo remitía a una conducta que se quería modificar, que se hallaba ligada a un objeto, fuera éste objeto de adicción o bien una determinada situación que capturaba al sujeto, desbordándolo. Tomado por dicha situación, su subjetividad quedaba anodadada; y éste es el inicio del trabajo, que considero que estos grupos trabajan más que adecuadamente. La frase “un clavo saca a otro clavo” se ajusta perfectamente a este primer movimiento; y aclaro que no hay nada de despectivo en esto.
   Este primer movimiento –que mueve un clavo difícil de remover, de retirar de él lo libidinal en juego- que marca el inicio del trabajo, se constituye en problemático cuando excede sus funciones; o sea, cuando de ser pensado como inicio del trabajo deviene en fin en sí mismo. El movimiento se transforma así en una mera sustitución, un desplazamiento de lo colocado en el primer clavo hacia el segundo, con el cual se tiene igual relación que el que antes era tenido con el objeto original. Sostengo que en lugar de ser un primer movimiento –de lógica impecable y dificilmente reemplazable por otra modalidad clínica realizada de manera diferente a igual o menor costo (afectivo)- deviene en movimiento único. Y éste es el punto en el cual estos grupos fallan; en la continuación. En olvidar que este es sólo un primer movimiento, y que en ese lugar dejado, soltado por el sujeto, éste debiera poder elaborar algo de su subjetividad en juego, que le permita desinvestir tanto el primer clavo como el segundo. Algo que será más sencillo de realizar si ya ha hecho un cierto recorrido, tomado una cierta distancia respecto al objeto inicial. Que además le da la experiencia de haber hecho un proceso psíquico de des-hacerse de un determinado objeto, del cual era dependiente con el cual estaba ligado por una relación de un orden adictivo. Y este primer desprendimiento es el que estos grupos acompañan a realizar en forma exitosa.
   ¿Estos grupos? Todos. ¿Iguales todos? No. Si bien lo hasta aquí expuesto lo considero común a todos ellos -pues ésta es su lógica fundante- ya hace unos años he sostenido que no todos tienen igual forma de funcionamiento. Su diferencia básica se halla en la posibilidad o imposibilidad de diferenciación interna, si poseen o no discriminación dentro de su modalidad de trabajo.
   Sabemos que estos grupos son clasificados como grupos artificiales, diferentes de los grupos naturales. Siguiendo los desarrollos de Marcos Bernard, los primeros pueden tender a primarizarse, tendiendo a satisfacer necesidades primarias –con olvido de la tarea que venían los sujetos a realizar en ellos-. Esta satisfacción –de la cual se carece tanto de registro del conflicto como de posibilidad de su elaboración - tampoco tiene posibilidades de subjetivación por parte de los sujetos participantes.
   ¿De qué conflicto se trata? Del que el sujeto padece respecto a una conducta adictiva, a poder dejar un objeto. Objeto que será remplazado por el grupo. Presencia del grupo –devenido en objeto- que reemplaza al objeto ocupando su lugar. Conflicto que no se resuelve, pues sigue siéndole intolerable la ausencia, sea del objeto inicial o de su sustituto. Este conflicto –el de aceptar la ausencia del objeto- es el que permanece inmodificado, el que queda a ser elaborado.
   Sostengo que si el límite en un análisis está dado por lo no elaborado del analista, el límite en los grupos de autoayuda se produce en lo no elaborado tanto por el coordinador del mismo como aquello a lo cual el dispositivo (no) habilita. En este caso, el encuentro con la falta. Y este es el motivo por el cual estos grupos son tan criticados por el campo psicoanalítico. Crítica que es totalmente válida y acertada. Sólo que deja algo olvidado en el camino.
   Crítica que olvida que falta no implica ausencia. Algo hay; algo se realiza en ellos. Un determinado trabajo se realiza, queda otro por realizar. Reconocer lo realizado no valida totalmente la metodología ni sus procedimientos, a la vez que acepta que determinado movimiento se ha realizado, siendo más sencillo continuarlo.

   Pasemos al tema del coordinador. ¿Lo son? Más allá de la mera formalidad; ¿Qué es un coordinador? ¿Se define por su silla, por el sólo ocuparla? ¿Cuál es su función, cuál su operación y cuál la modalidad de ésta?
   Pues la lógica es que si los coordinadores son ex-padecientes de determinado mal, que –por la limitación del dispositivo ya expuesta- nunca resuelven, y por lo tanto nunca se van de estos lugares -convocantes como cantos de sirena-, lo que realizan es promover identificación a la vez que repetición. Identificación y repetición cuya metodología es desubjetivante. Desubjetivante porque se sabe adónde y cómo se va. El se, totalmente impersonal denuncia esta lógica. Cualquiera que esté en ese lugar –el de coordinador, el de integrante- hará (si lo hace bien) exactamente el mismo proceso de la misma manera. Sostengo por esto que más que un coordinador estamos frente a un pastor de rebaño. Las diferencias son claras. El coordinador direcciona el proceso –según lo desarrolla claramente Graciela Jassiner-, tendiendo a que los sujetos modifiquen la modalidad de subjetivación desde la cual realizan las acciones. El pastor dirige la conducta de los integrantes, modificando sus acciones. Lógica totalmente diferente la que habla en términos de direccionalidad, proceso, modalidad de subjetivación, modificación realizada por el sujeto, de aquella en la cual se dirige, donde el trabajo es sobre la conducta y no en el proceso que la rige (que queda por esto incólumne), que sólo modifica acciones concretas.

   Y repito que esta lógica es la que rige los grupos de mutua ayuda, con la salvedad que no en todos es igual; que no en todos los niveles de cada uno funciona exactamente así. Que también esto dependerá de la estructura de los participantes, de los padecientes.
   Hablo de padecientes pues considero que algún padecimiento lleva a los futuros integrantes de estos grupos a la concurrencia a los mismos. Y la lógica con la cual trato de pensar es que en algún momento debieran dejar de ser padecientes de tal mal. Supongo estarás pensando que hay males –que algunos de estos grupos trabajan- que no son curables, que son de por vida (grupos de diabéticos, o personas que han perdido un hijo, o…), y entonces son imposibles de resolver, de dejar de padecerlos. Considero que estos grupos tienen –desde ya- las limitaciones de la realidad material, al igual que todo dispositivo de trabajo que inventemos. A la vez considero que si bien no es soluble dicha realidad, sí es posible modificar la relación que el sujeto tiene con ella, deviniendo en una más de sus situaciones vitales, y no por ello la que le da identidad, la que coagula dicha identidad.
   Por esto creo que además de padecer aquella realidad fáctica que el sujeto que concurre a estos grupos tiene, su modalidad de relación con dicho padecimiento lo coloca en doble situación de padecimiento. La primera debiera poder ser elaborada para que la segunda se resolviera. El que quede instalado en ser ex-padeciente lo deja sufriendo ambas, ligado a un proceso que deja su identidad tomada por una parcialidad de ésta, y que deviene en cosificante de la misma. El trabajo sobre dicha cosificación en aras de poder subjetivar su relación con el objeto inicial –y con su sustituto- es el que falta realizar.
   Esta realización implica resolver la dependencia que con estos grupos se genera, más que se genera, diría que a ellos es trasladada, pues la dependencia es estructural de los sujetos que los componen, y lo que debiera ser elaborado. Dicha dependencia se manifiesta en el devenir de estos grupos como dadores de pertenencia, satisfaciéndola en lugar de resolverla. Tomando ideas de Sartre creo que los sujetos que asisten a estos grupos tendrían que pasar de una pertenencia en sí, cosificada, a otra en la cual ésta fuera para sí, donde fuese posible irse de estos grupos… hacia diversos nuevos rumbos.
   PD: A manera de posdata.
   Cuando este escrito ya se hallaba concluído, tuvo a bien leerlo una amiga y colega que, con buen tino me advirtió acerca de cierta amarga sensación posible en el lector, ya que esto le había acontecido a ella. Había descripción, había claridad en la lectura de la situación, a la vez que carecía de propuestas. Lo que advertían estas líneas acerca de lo no resuelto de estos grupos, del trabajo no acabado –o bien de cierto trabajo psíquico ni comenzado en ellos- no se continuaba con una línea de acción, con un proyecto de modificación.
   El trabajo siguiente es el de desidentificación, el dejar de ser ex-padeciente de aquello que ese grupo convocaba. Entonces me comentaba que habría que modificar estos grupos incluyendo aquel trabajo en ellos. Misión imposible. Justamente lo que vengo a describir es que la lógica que los rige torna imposible tal movimiento, mas allá de que fuese deseable que ocurriera. Choca antagonicamente con la modalidad de funcionamiento que sostiene su existencia. Por eso no es incluíble en ellos esa modificación. Valga la canción de Serrat: “Es muy triste la verdad… lo que no tiene es remedio”. Lamento el gusto amargo que puede quedarte, amiga mía, lector mío; sólo que salvo la ilusión, en estos grupos esa tarea queda por fuera de ellos; los excede. 
   Otro espacio es necesario para esa tarea. Con otras coordenadas de pensamiento, otras lógicas que lo funden, basadas en la alteridad, en la inclusión –y apropiaciación- de la diferencia, la singularidad, la subjetivación. Otra tarea, otras ideas, otros escritos. Hasta entonces.

Lic. Ricardo Klein
E.Mail: ricklein@sinectis.com.ar

Febrero de 2003


Extraído de la página del Instituto de Investigaciones Grupales www.ingrupos.com.ar

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